Matías Pérez (Portugal, principios del siglo
XIX - golfo de México, 29 de junio de 1856 ¿?) fue un sastre y toldero portugués
que se trasladó a La Habana, Cuba, donde comenzó un exitoso taller de
marquesinas y toldos en la calle Neptuno de esa ciudad. En aquella época, los
toldos constituían un sello distintivo en La Habana, pues casi todos los
establecimientos los tenían, por lo que el oficio de fabricante de toldos le
era bastante remunerativo a este portugués, quien recibía el sobrenombre de
“Rey de los toldos”.
Matías Pérez era ex marino, sastre y toldero
de profesión, de quien se dice fue un hombre progresista, y bastante valiente y
osado, con grandes aspiraciones. Soñaba con surcar el espacio y, además, hacía
todo lo posible por convertir ese sueño en realidad. Era especialista en
fabricar, reparar y preparar velas para los barcos. Y quizás pensando en esas
velas empujadas por el viento Matías soñaba con volar. Era además amante y
estudioso de las leyes de la aeronáutica, y ferviente lector de las
publicaciones europeas sobre ese tema. Se dice que también tenía escritos sobre
aeronáutica de Leonardo da Vinci.
En 1856 llegó a la isla el famoso piloto
francés Eugène Godard, quien era un renombrado piloto y constructor de globos.Había
construido su primer prototipo en 1845, y el año siguiente lanzó varios
modelos. En 1850 construyó su globo más famoso, el Ville París (Villa de París). Lo voló en muchas ocasiones,
incluyendo un largo viaje desde París hasta Gits, Bélgica, el 6 de octubre de 1850.
En 1856, Eugène Godard viajó a Cuba, donde realizó vuelos de exhibición.
Conoció al entusiasta Matías Pérez, se hicieron amigos y volaron
juntos desde La Habana el 21 de mayo de 1856.
Matías Pérez fue ayudante de Godard en tres
de sus ascensiones. Preparaba las condiciones previas al vuelo, revisaba todos
los instrumentos, registraba el tubo conductor del gas, supervisaba y era el
encargado de lanzar los dos globos pilotos para conocer la dirección del viento. Matías
le compró a Godard su globo Ville París
por el valor de 1250 pesos. El 12 de junio del mismo año 1856, con esa nave se
dirigió al Campo de Marte o Plaza de Marte (rebautizada como Parque de la
Fraternidad un poco más tarde), que en aquella época era utilizada para ejercicios
militares.
Desde
todos los puntos de La Habana acudieron los citadinos al lugar para presenciar
la anunciada ascensión del nuevo aeronauta. La Plaza de Marte estaba repleta de
público y una orquesta amenizaba el acto. En cuanto Ville de París comenzó a ganar altura, miles de pañuelos se
agitaron al clamor de igual números de voces. Pero ya en lo alto, el globo
comenzó a descender con cierta rapidez, lo que hizo pensar a los espectadores
que la tela se había roto. En realidad se había trabado la cuerda que abría la
válvula del globo, y Matías Pérez tuvo que subir por las sogas que sujetaban la
barquilla. Abrió la boca del globo y la mantuvo así con sus brazos para que
penetrara el aire y aminorara la rapidez del descenso. La nave fue a parar a la
Quinta de Palatino, cerca del Río Almendares. Este, que fue su primer vuelo,
constituyó un rotundo éxito a pesar de los percances sufridos, llegando a volar
entre cinco y seis kilómetros, en una zona conocida como Filtros del Husillo.
En otras dos siguientes ocasiones se presentó
de nuevo el público en el Campo de Marte, pero debido a inclemencias del tiempo
hubo que suspender los vuelos.
Finalmente, en la mañana del domingo 29 de
junio de 1856 volvió el perseverante portugués a la Plaza de Marte con su
globo. Había obtenido un permiso del general Concha para realizar el vuelo, fijado
para el 28 de junio, pero transferido después para la mañana del 29. Esa mañana
los periódicos locales habían informado que el viento era demasiado fuerte.
Pero Matías Pérez era osado e impaciente. Durante todo el día había retrasado
su vuelo, pero finalmente a las 7.00 pm emprendió el vuelo. Se elevó sobre el
Paseo del Prado de La Habana, a más de
2000 metros, pero las fuertes ráfagas y los vientos cálidos empujaron de forma
rápida al Ville Paris con Matías
Pérez en su interior. El aeronauta no pudo controlar el globo debido al fuerte
viento. Se fue a la deriva hacia el norte, sobre el mar Caribe, sobre el
estrecho de Florida, desapareciendo tras las nubes. Fue la última vez que lo
vieron. Desapareció sin dejar rastro. Nunca encontraron restos del piloto ni
del globo. En pocos minutos, la multitud contempló consternada la fuerte
ráfaga de viento que lo arrastró hacia las alturas y lo llevó sobre el mar.
Los últimos en verlo fueron unos pescadores
que realizaban su faena por el torreón de la Chorrera, a unos cinco kilómetros
y medio al oeste de la Plaza de Marte. Estaban cerca de la costa y lo
conminaron a bajar, pero el aeronauta les respondió dejando caer sacos de arena
e internándose sobre el mar. Lo vieron alejarse hasta que se convirtió en un
diminuto punto entre las nubes que desapareció sin dejar huella alguna. Nunca
más se supo de él.
Aunque
se llevó a cabo una meticulosa investigación que abarcó las provincias de Pinar del Río, La Habana y
Matanzas, Matías Pérez nunca apareció. Todas las diligencias resultaron
fallidas. Algunos años después, en unos cayos próximos, se encontraron
accidentalmente los restos de un globo aerostático, pero jamás llegó a saberse
si se trataba de Ville Paris. Desde
entonces hasta la fecha, muchas han sido las teorías que intentan explicar su
desaparición, desde la más sencilla (que cayó en el mar y murió ahogado) hasta
la más disparatada (que fue abducido por los extraterrestres).
Y así pasó a la posteridad Matías Pérez, que
no fue el primero ni el más exitoso de los “globonautas” en Cuba, pero que se
volvió el más famoso por el sólo hecho de desaparecer.
Antes de Matías Pérez en Cuba ya habían
existido otros aventureros de la aeronáutica en la historia de la isla. Todo
indica que el primer aeronauta de Cuba fue el francés proveniente de Nueva
Orleans Eugenio Robertson. El 19 de marzo de 1829 se elevó en un globo
aerostático desde la Plaza de Armas de La Habana, cercana al Castillo de la
Real Fuerza. Su ascensión formaba parte del programa de festejos destinado a la
inauguración del Templete, pequeña edificación de estilo neoclásico, por lo que
no resultaba rara la presencia del Gobernador, don Francisco Dionisio Vives. Aunque
las fiestas duraron tres días, desde el 18 hasta el 20, fue el 19, en horas de
la tarde, cuando el globo del francés se elevó. Fue a caer horas después en un
potrero cerca de Nazareno, un pueblito de apenas veinte casas alejado de la
ciudad. Con aquella hazaña Robertson consiguió reunir la nada despreciable
cifra de 15.000 pesos. Quizás haya sido este el motivo por el cual otros
decidieron imitar su heroicidad.
En
1830, otro extranjero residente en la Isla, el francés Adolfo Theodore, realizó
tres ascensiones. Le siguió el cubano José Domingo Blinó, quien realizó una
primera ascensión el 3 de mayo de 1831 y una segunda en 1833. Blinó construyó
él mismo su propio globo y preparó el gas hidrógeno para inflarlo. Cuentan que
durante su primer vuelo, iniciado en la plaza de toros del Campo de Marte
(donde actualmente se encuentra erigido el Capitolio de La Habana) a las seis y
cuarto de la tarde, lo sorprendió una tormenta y el globo se perdió de vista.
Los testigos aseguraban que el viento lo había llevado hasta La Florida. Pero
pronto El Diario de La Habana dio a conocer que en realidad había caído mucho
más cerca, en un potrero de Quiebra Hacha, a una legua al suroeste de Mariel.
Las ascensiones en globo se hicieron cosa
común en aquellos tiempos. El estadounidense Hugo Parker el 10 de julio de
1842; el también estadounidense William Paullin, el 27 de abril de 1845; y el francés
Victor Verdalle en febrero de 1850. Relevante fue el caso del ya mencionado
Eugenio Godard, quien realizó varias ascensiones con bastante éxito. Y
finalmente, el 22 de marzo de 1856, también desde el Campo de Marte, Boudrias
de Morat, partió en su globo en busca de renombre.
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